EL MITO DE SÉPTIMO ARTE Y EL CUENTO DE "LOS GOYA"
por Juan García Sentandreu
Vaya brasa nos están dando estos días con el cuento de "los Goya". La sesión de soberbia política, regada con lágrimas de vanidad, de los titulares -a título de dominio- del "séptimo arte" ha sido este año especialmente irritante. La feria y su carrusel de la autocomplacencia y del autobombo sigue rodando para esta clase neoburguesa que se las da de ilustrada pero que no son capaces de aportar a la cultura -con mayúsculas- algo que no tiene nada que ver con ella: que si el iva, que si el aborto...
Estaría bien que de una vez por todas desenmascaremos a estos actores sociales y denunciemos su impostura mientras se llenan los bolsillos de progresía, fama, vanidad y dinero. El "séptimo arte español" es una farsa en si misma, no sólo por la manipulación que hacen del cine muchos de sus actores, sino porque, a mi modesto entender, el cine no tiene más arte que el de un buen médico o cualquier profesional o trabajador que trabaja de sol a sol sin que le extiendan una alfombra roja para acabar siempre defendiendo a los cuatro vientos el eslogan de moda, la república y la bajada de sus impuestos que tanto repercute en su cuenta de resultados.
El cine es una empresa como las cientos de miles que hay en el país que lo único que pretende es ganar dinero. Si, ganar dinero. Por eso piden la bajada del iva, las subvenciones "a la cultura" y no se cuentas monsergas adobadas de reivindicaciones políticas que encubran lo que no es más que puro y duro negocio. La reducción del Iva al cine no es más que una tomadura de pelo, un atentado a la igualdad constitucional y un trato preferencial a una casta de empresarios y actores que utilizan la política como arma arrojadiza para arrinconar al político de turno aprovechándose de su dimensión mediática.
Hablemos claro. El que haya películas y actores buenos no da derecho al cine a tener privilegios políticos ni fiscales. Las empresas de cine, como las de teatro, las de televisión, las de video, las de internet, por el hecho de reproducir imágenes más o menos afortunadas, no son ni deben de ser causa para un trato discriminatorio positivo en favor del que tenga mas glamour o haga más ruido. O todos somos arte, o todos somos negocio.
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